En la era del desarrollo informático y comunicacional la palabra ha tomado nuevos cauces, unos dirigidos a difundir la verdad, y otros enfilados a distorsionar realidades o a intentar confundir a los diferentes públicos.
El internet tomado de la mano y con el estricto apego a su opción fundacional, tiene entre sus múltiples ventajas el hecho de poder llegar a millones con trabajos, investigaciones científicas, anécdotas, en fin, de todo un poco y mucho de todo.
Sirve al destinatario para estar bien informado, para aclarar dudas e inquietudes, para saber más, y sobre todo estar al día con lo último y más relevante.
Sin embargo, no todas las fuentes o autores sirven al propósito de la veracidad y el acierto. Es por eso que consultar diversas fuentes para aclarar un tema determinado constituye una opción a la que no debemos renunciar.
Las bolas también ruedan por las redes sociales, y de qué manera. Ruedan tanto que algunos las aceptan como verdaderas informaciones, y las comentan a tal punto que por ejemplo a través de Facebook enseguida apelan al Me gusta para confirmar el nivel de aceptación.
Es ahí donde viene la confusión y el engaño, la tergiversación sin límites, los deseos malintencionados, el apego a políticas hostiles, el engaño y la traición.
El poder de la palabra lleva intrínseca la honestidad y el respeto por los semejantes, la veracidad a toda prueba, el apego a la ley, y mucho más, lleva consigo esa moral individual y colectiva que representa a mayorías.
La palabra sin poder llega hasta nuestros días con el deseo de desvirtuar una obra, desbaratar la gloria conquistada o intentar legitimar lo ridículo y adverso.
Utilizar la internet para el bien de todos debe ser divisa imprescindible en un mundo que necesita con urgencia el respeto a la soberanía de los respectivos países, la paz tan anhelada, la solidaridad y el bienestar común.
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